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El enfado
Es una de mis emociones favoritas, puesto que es una de las emociones más poderosas. Ya que biológicamente nos prepara para defendernos y protegernos cuando sentimos que somos atacados. Que sea una de mis favoritas, no significa que esté a favor de agredir a otros, sino que es una emoción que nos activa.
Esta emoción nos prepara para la acción, lo que produce cambios en nuestro cuerpo. Cambia nuestra forma de respirar, el tono de la voz y el vascular, sentiremos el cuerpo muchos más tenso de lo normal. Afecta a las facciones del rosto, apretamos la mandíbula, nuestro entrecejo se frunce y, además, nuestros puños se cierran.
No hay una forma correcta de enfado, sin embargo, depende de nuestra parte más subjetiva.
Sigue una secuencia que se inicia desde la simple irritación, pasando por la molestia, el enfado en sí, y finalmente llegando a un nivel más extremo, la ira.
Existe una gran variedad de respuestas de enfado, algunas pueden ser positivas, otras negativas y, algunas veces, agresivas. Cuando llegamos a una explosión agresiva, después del acto en sí, podemos sentir vergüenza, culpa, sentir que hemos perdido el control y, aun así, nos sentimos relajados porque hemos descargado esa irá tan intensa.
Algunos expertos dicen que esta ira puede venir por una falta de control impulso, sin embargo, otros profesionales predican que esta ira puede ser un cúmulo de sucesos no resueltos, falta de habilidades sociales, de personas poco asertivas, del desprecio hacia uno mismo, del disgusto hacia la situación actual o de poca tolerancia al fracaso.
Por ello es importante el autoconocimiento, pues algunas personas sustituyen el miedo o la tristeza por la ira, ya que es mejor sentirse enfadado que triste. Y si sustituimos la ira por la tristeza, entonces no dejaremos hacer el proceso de la tristeza que nos invita a reflexionar, evitando así la tristeza o el miedo, posiblemente disociándonos en vez de aceptar la emoción como válida a la situación que estamos viviendo. Por ejemplo, la muerte de un familiar puede hacer que algunas personas se enfaden porque prefieren estar así que llorar la perdida de ese ser querido. Y es totalmente válido.
Es bastante común el hecho de que se den las explosiones de ira tras un evento traumático. Un ejemplo extremo y muy estudiado han sido los veteranos de guerra tras la vuelta a casa. La explosión de ira era muy considerable, tanto, que tenían miedo de hacer daño a sus seres queridos. Evidentemente, estaban bajo el control del trauma, en estas situaciones es el recuerdo (flashbacks) lo que inunda nuestra mente y nos hace reaccionar de una forma determinada.
El enfado conlleva un gran impacto en las relaciones sociales y nos ayuda a organizarnos. Socialmente el enfado está mal visto por la sociedad, sin embargo, cuando nos enfadamos lo que pretendemos es corregir, cambiar o evitar la situación que estamos viviendo.
El enfado nos ayuda a poner límites y a darnos cuenta de que esto que está pasando no es de nuestro agrado.
Uno de mis héroes favoritos es Hulk, es la ira en expansión, cuando se enfada porque peligra y, sumergido por esa emoción, destruye todo a su paso. Siendo una emoción más, y válida. Lo importante de esto es tomar conciencia de la explosión de ira y aceptar que quizás no sea la reacción más adaptativa en los momentos actuales, porque quizás en su día sí nos fue totalmente funcional.
Para mitigar los síntomas de la ira, el enfado o la irritabilidad, nos ayuda el autoconocimiento y la autoobservación, saber precisamente lo que nos está enfadando. Muchas veces puede ser una situación, una persona o nosotros mismos. Una técnica totalmente recomendable para la autoobservación es realizar Mindfulness, el estar presente.
Cuando estamos enfadados con nosotros mismos nos puede ayudar entender en primer lugar qué sucedió, y tras el proceso llegará el perdón hacia nosotros o la autocompasión.
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