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Trauma
El origen etimológico de la palabra viene del griego, que significa “herida emocional”.
La tarea más importante del cerebro es garantizar nuestra supervivencia, inclusive en las situaciones más desoladoras. El cerebro, para ello, debe generar las señales internas necesarias, por ejemplo:
- Necesidades básicas: el hambre, sed, descanso, sexo, etc.
- Crear mapas mentales a nivel geográfico y a nivel de grupo de personas para indicar dónde ir a por los recursos necesarios para dicha supervivencia.
- Nos avisa de los peligros y las oportunidades para adaptarnos a las nuevas circunstancias.
¿Qué pasa cuando no funcionan las señales, cuando nuestros mapas no nos dirigen hacia donde deseamos o necesitamos ir, cuando lo que hacemos es incongruente con lo que deseamos o necesitamos hacer, etc? Es el trauma quién interfiere en todas estas señales.
Para entender el trauma, necesitamos entender cómo funciona nuestro cerebro. La amígdala (a la cual llamaremos detector de humo) forma parte de nuestro sistema límbico, situado en las profundidades del hemisferio temporal, se dedica a procesar todo lo relativo a las reacciones emocionales.
Cuando el detector de humo percibe una amenaza, manda un mensaje al hipotálamo y al tronco cerebral (activa las mangueras apaga incendios) y se libera la hormona cortisol y la adrenalina, para orquestar una respuesta a nivel corporal y antes de que seamos conscientes ya estamos predispuesto para la acción.
Es el cerebro reptiliano, es el cerebro que actúa. Un ejemplo, si estamos en la Sabana y vemos un león que se acerca hacia nosotros sentiremos miedo y emitiremos tres conductas, la parálisis, la huida o la lucha y antes de darnos cuenta ya nuestro cuerpo ha realizado la acción. Y elegiremos la respuesta más adaptativa. Si soy un conejo y veo un león me paralizo y me hago el muerto. Mientras que si soy otro león posibleblemente si me veo con capacidad de lucha, lucharé. Aun así, si soy un antílope correré, huiré.
Aunque es muy eficaz el detector de humo, cuando hemos vivido una situación traumática, nuestro detector de humo se desestabiliza provocando arrebatos (violencia hacia otros o hacia uno mismo, sentimientos de ira, rabia, conductas autodestructivas, consumo de drogas, etc) o bloqueos en las respuestas, la parálisis o expresiones faciales inofensivas.
Sentir miedo, tristeza o ira intensos reducen la actividad de los lóbulos frontales (llamaremos, torre de vigilancia) y son los responsables de los procesos cognitivos, provocando que sintamos “perder la razón”, por ejemplo, sobresaltarnos cuando escuchamos un ruido fuerte.
Por ello, es importante que el detector de humos y la torre de vigilancia estén equilibrados para un mayor manejo del estrés tras el trauma.
Cuando sentimos miedo, tristeza o ira, dejamos de lado la razón porque sentimos que no tiene sentido razonar con ella. Cuando el detector de humos empieza a pitar, por más que intentemos razonar con ello, no dejará de pitar. Entonces, cuando la emoción entra en conflicto con la razón, entramos en una lucha produciendo una sensación de malestar e incomodidad física.
El trauma se adhiere al hemisferio derecho. Son procesos rápidos, inconscientes, no verbales y automáticos. Se fijan en aspectos como la voz, los gestos, expresiones faciales. Este hemisferio es más intuitivo y emocional.
Por otro lado, el hemisferio izquierdo tiene como función el pensamiento lógico y analítico, procesando la información de manera consciente y voluntaria, los procesos son más lentos, deliberados y verbales.
El miedo y la vergüenza extrema se asocian a los traumas y estos consiste en inhibir los centros del habla localizados en esta parte del cerebro, pudiendo ser lo que lleve a la disfunción del cuerpo calloso. Llevando a la persona con trastorno de estrés postraumático a la incapacidad de hablar sobre el suceso.
Por lo tanto, siguiendo con la línea de trabajo de Van Der Kolk, “el cuerpo lleva la cuenta” los especialistas en trastorno de estrés postraumático, trabajamos el trauma a nivel simbólico o corporal, ya que poner palabras a lo innombrable o describir escenas puede llegar a retraumatizar, algo que no nos resultaría beneficioso.
El cerebro y el cuerpo se relacionan íntimamente para construir una representación en la mente, llegando a dar respuestas disociadas como mecanismo de defensa, rompiendo estas conexiones para evitar el dolor y el sufrimiento psíquico.
Por lo tanto, la mente que es asociativa pasa a ser disociativa, dejando que el trauma se exprese en el día a día, es decir, en el cuerpo. Mientras que otra parte de nuestro ser intenta vivir con normalidad.